sábado, 9 de julio de 2011

LA TRADUCIÓN SEGÚN EL ESCRITOR PERUANO EDUARDO CHIRINOS 
Eduardo Chirinos (Lima, 1960) es autor de los libros de poesía: Cuadernos de Horacio Morell(Lima, 1981),  Crónicas de un ocioso (Lima, 1983), Archivo de huellas digitales (Lima, 1985), Rituales del conocimiento y del sueño(Madrid, 1987), El libro de los encuentros(Lima, 1988), Recuerda, cuerpo... (Madrid, 1991),  El equilibrista de Bayard Street (Lima, 1998), Naufragio de los días –antología poética 1978-1998(Sevilla, 1999),  Abecedario del agua (Valencia, 2000), Breve historia de la música (Premio casa de América de Poesía, Madrid, 2001),  Escrito en Missoula (Valencia, 2003) y Derrota del otoño, Antología personal (Guadalajara, 2003), Como crítico literario ha publicado El techo de la ballena (1991) y bajo el sello del Fondo de Cultura Económica, La morada del silencio, 1998. También ha editado dos volúmenes de poesía peruana: Loco amor (1991) eInfame turba (1992-1997),  la antología Elogio del refrenamiento de José Watanabe (Sevilla, 2003), y dos libros misceláneos donde conviven la prosa crítica con la crónica y el verso: Epístola a los transeúntes (Lima, 2001) y El fingidor (Lima, 2003). Actualmente reside en Missoula, Estados Unidos, donde se desempeña como profesor de Literatura Hispanoamericana y española en la Universidad de Montana. 
1) ¿En qué reconocés una buena traducción? En otros términos, ¿cómo definirías una buena traducción?
–Una buena traducción es, para mí, aquella que me hace olvidar desde la primea línea que estoy leyendo una traducción.2) ¿Te molesta leer un libro traducido a otras especies del castellano? Si sí, ¿por qué?
–Asunto inquietante. ¿Cuántas “especies” hay de castellano? En tu primera pregunta usas la palabra “reconocés” (*) que para ti es incuestionablemente familiar y a mí me evoca tangos, Plazas de Mayo, Maradonas y Borges. Lo que llamamos “especies” son singularidades del castellano que cada grupo percibe como familiares; lo que a mí me molesta pasa desaparcibido para una comunidad de lectores que se reconoce en la “especie” que usa para comunicarse a diario. ¿Será que a pesar de compartir el mismo idioma estamos dejando de pertenecer a la misma familia? Tal vez, pero eso no debería ser ningún problema: el destino de toda familia es crecer y diversificarse. En este sentido, asumir un tono neutro no es ninguna solución, pues resulta tan artificial que podríamos hablar de una “especie neutra” cuyos usuarios serían los locutores radiales y los maestros de ceremonias. Tu pregunta no sólo plantea un problema lingüístico, plantea también un problema de políticas editoriales. Y en este punto, España, México y Argentina se llevan la parte de león, pues son los únicos países que cuentan con un mercado editorial capaz de trascender sus fronteras, lo que les permite proponer sus respectivas “especies” a los demás países hispanohablantes. Bien mirada, esta situación contribuye a un necesario hermanamiento cultural: si has crecido leyendo libros españoles de la editorial Molino, historietas mexicanas de la colección Novaro o las argentinísimas revistas Billiken, entonces tienes incorporada una serie de registros que resultan encantadores y hacen menos penoso el reencuentro con los modismos locales que arruinan la traducción de tantas novelas y cuentos. Debido a su condición más bien periférica, la poesía es el género que mejor ha evadido las demandas del mercado editorial: sabemos que los mejores traductores de poesía son los poetas mismos. Y eso –por suerte– lo saben los editores españoles, quienes han sabido comprender que los traductores hispanoamericanos están mejor preparados para prescindir de su “especie” sin traicionarla. Prescindir sin traicionar. Tal vez esa sea la clave.
3) ¿Quiénes, en tu opinión, han sido buenos traductores en tu país? ¿De qué obras?
–Carentes de cualquier tipo de plataforma editorial, sin ninguna clase de incentivos ni de estímulos para la creación literaria, los peruanos deberíamos estar impedidos para la traducción literaria. Y no es así. Tal vez la insularidad editorial a la que estamos condenados (y de la que estamos saliendo poco a poco) conduce a producir vocaciones heroicas. Pienso en dos grandes: Juan José del Solar, traductor de Elías Canetti, y en Luis Loayza, traductor de Thomas de Quincey. En poesía hay excelentes traductores que son, a la vez, divulgadores (y muchas veces editores) de poesía en lengua extranjera: Ricardo Silva-Santisteban y Renato Sandoval. Pero si tuviera que mencionar solamente uno, elegiría con los ojos cerrados al poeta Javier Sologuren. ¿Obras? Las uvas del racimo, excelente muestra de poesía francesa, sueca e italiana; Razón ardiente, dedicada a la poesía francesa de Apollinaire a nuestros días; una hermosa Antología de poesía italiana traducida a cuatro manos con el también poeta Carlos Germán Belli, y numerosas obras de autores clásicos y contemporáneos japoneses que tradujo en colaboración con su mujer Ilia Bolaños.

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